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Goleta Elizabet
   A principios del S.XIX, la situación de la Real Hacienda era tan precaria que la Real Armada tuvo que incorporar barcos menores para dedicarlos a diferentes servicios como el que nos ocupa, de correo, pero también de guardacostas o escolta para proteger a la navegación de cabotaje en el golfo de México y el Caribe español, ya que las unidades de mayor porte, como bergantines, corbetas, fragatas o navíos, estaban en estado de casi total abandono y falta de mantenimiento, pudriéndose en el arsenal de La Habana. En esta tesitura, a finales de marzo de 1805 zarpa de Florida la goleta correo Elizabet con destino a Cuba, llevando cartas y despachos bajo el mando del alférez de fragata Don José Fernández Teixeiro. El 1 de abril, ya a la altura de Bahía Honda, aparece en el horizonte el esquife Favorito al que se une para seguir la travesía ambos en conserva. Al poco de su encuentro divisan una goleta sin identificar a la que dan caza para abordarla y registrarla, con la sospecha de que se tratara de un corsario británico. Los ingleses habían desplegado un sinfín de barcos por el Caribe desde Jamaica con el objeto de interrumpir, o al menos dificultar, el comercio español entre sus territorios, y este era el caso. El combate comenzó nada más llegar a tiro de cañón, y después de un valiente intento de abordaje por parte de los ingleses que fue rechazado y casi una hora de combate, la goleta enemiga se rindió, aunque al poco tiempo la jugosa presa llamada Sarah Ann se fue a pique sin remedio debido al castigo recibido.
   En la imagen vemos a la Elizabet en primer término, y a la Sarah Ann arriando su pabellón en señal de rendición. Desafortunadamente al día siguiente la goleta española fue sorprendida y apresada por una corbeta y dos goletas inglesas, e incorporada a la Royal Navy con el nombre de HSM Elizabeth, aunque le esperaba un destino trágico bajo pabellón británico ya que en septiembre de 1807 un terrible huracán la engulló con toda su tripulación.
Galera
   La galera fue el barco de guerra del Mediterráneo por antonomasia, aunque hubo y se construyeron galeras en el Cantábrico y Atlántico fue en el Mare Nostrum donde fueron diseñadas y sobre todo más empleadas. Centenares de acciones a lo largo de la Historia fueron protagonizados por este tipo de naves; fenicios, griegos, cartagineses o romanos las utilizaron en sus luchas por el dominio del mar, y su diseño fue evolucionando hasta llegar al tipo de galera como el representado en la imagen, la típica del S.XVI, la cual montaba ya piezas de artillería a proa, con un gran cañón de a 24 en crujía y otros dos o cuatro a su lado más pequeños apuntando hacia delante. Venecia, Génova, Aragón, el Imperio Otomano, Francia o España contaron con escuadras de galeras que pugnaron por controlar el mar y anular a sus adversarios, cuya acción más memorable fue la famosa batalla de Lepanto, en la que una liga cristiana encabezada por España y comandada por Don Juan de Austria derrotó a la flota otomana de Alí Bajá, consiguiendo detener así su expansión por el Mediterráneo.
   Eran naves finas, alargadas y de bajo bordo, se desplazaban impulsadas por el viento recogido en sus velas latinas, y si no lo había era la chusma la que se encargaba de marinar la nave bogando o ciando, moviendo sus decenas de remos al ritmo que marcaba el cómitre. Rápidas, ágiles y maniobreras se emplearon en España hasta bien entrado el S.XVIII cuando Don Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, decidió disolver el Cuerpo de Galeras en 1748. Posteriormente Carlos III dio orden de construir algunas unidades para combatir a la piratería berberisca del norte de África, aunque no participaron en ningún evento de importancia. Estas galeras fueron dadas de baja del Cuerpo General de Marina en una época tan tardía como principios del S.XIX.
Glorioso
   Verano de 1747, el navío San Ignacio de Loyola, alias Glorioso, de 70 cañones parte de Veracruz con cuatro millones de pesos de plata. Su comandante, Don Pedro Mesía de la Cerda, tiene órdenes de evitar a toda costa que caigan en manos de los ingleses y llegar a España con la preciada carga.
   El primer tramo de la travesía se realiza sin contratiempos, después de evitar recalar en La Habana ante el riesgo de ser descubierto por los espías enemigos el 25 de julio llega a la altura de las islas Azores, a doscientas millas al Norte de estas. Sin embargo por la tarde aparecen un gran número de velas, revelándose como un convoy de doce mercantes ingleses protegidos por el navío Warwick de 60 cañones, la fragata Lark de 40 cañones, y el bergantín Montagu de 20. Inmediatamente los ingleses se lanzan a la caza del navío español hasta que cae la noche. En la madrugada del 26 comienza el cañoneo, el Glorioso primero se encarga del bergantín que pone en fuga tras unos cuantos cañonazos, seguidamente es la Lark con la que intercambia fuego dejándola fuera de combate en cinco minutos, después le toca el turno al Warwick al que, tras cinco horas de combate, deja sin mastelero de mayor y sin mastelero de juanete de proa. El inglés se retira y Don Pedro decide no rematarlo, siguiendo las órdenes recibidas pone rumbo al Este y continúa hacia la península. Los daños sufridos pudieron ser reparados en la medida de lo posible en plena navegación.
   El 14 de agosto aparece a la vista el cabo Finisterre, a la vez que otro destacamento inglés compuesto por el navío Oxford de 50 cañones, la fragata Soreham de 24 cañones y la balandra Falcon de 14. El Glorioso toma la iniciativa, vira por redondo y navegando hacia ellos comienza el intercambio de disparos, de vuelta encontrada bate a las tres unidades enemigas por ambas bandas, ya que se habían separado, por un lado el navío y por el otro la fragata y la balandra, acto seguido vuelve a virar colocándose a sotavento del navío y le bate con toda su artillería de babor, el inglés abandona el combate y se retira ignominiosamente, nuevamente nuestro bravo navío hace que los ingleses prueben lo duro del hierro español.
   El 16 de agosto entra en Corcubión y cumpliendo con su misión desembarca el tesoro. Allí se dejaron a los heridos más graves y se avitualló de víveres y pertrechos, saliendo otra vez a la mar con rumbo a Ferrol para terminar de reparar los daños sufridos en los dos combates y reponer la munición consumida. Sin embargo un fuerte viento en contra obliga al Glorioso a arrumbar al Sur, hacia Cádiz. Para evitar a los barcos enemigos que pululan por la zona desde los puertos portugueses el Glorioso se aleja de la costa y navega hacia alta mar, describiendo un amplio arco.
   El 17 de octubre, al llegar al Cabo de San Vicente, se topa con una escuadra de corsarios británicos apodada The Royal Family por los nombres de los barcos que la componen. Son cuatro fragatas que en total montan 92 cañones, la King George, la Prince Frederick, la Prince George y la Duke, llevando en total 1000 hombres en sus dotaciones.
   El Glorioso sostiene tres horas de combate dejando a la King George desmantelada y a la Prince Frederick con serios daños, no obstante se les une un navío de 50 cañones, el Darmouth, que al poco de llegar salta por los aires por una deflagración fortuita en su polvorín, salvándose solo 14 hombres. Pero un nuevo refuerzo para los ingleses aparece en escena, nada menos que un navío de línea de tres puentes y 92 cañones, el Russell.  El Glorioso continúa valientemente el combate prolongándose hasta el amanecer del día siguiente. A estas alturas la munición está agotada, ha perdido el mastelero de mayor y su aparejo ha desaparecido casi por completo, por lo que la defensa ya no es posible. Con 25 muertos, 105 heridos a bordo (otras fuentes apuntan a 33 muertos y 130 heridos) y la munición agotada, el comandante Don Pedro Mesía ordena arriar el pabellón real y rinde su barco. Presumiblemente, de haber tenido toda su munición, ya que zarpó de Corcubión con el sesenta por ciento de la necesaria, el navío español bien pudiera haber salido victorioso también de este tercer combate pues después se supo que en el Russell, tras casi siete horas de combate cerrado, y viendo que la voluntad combativa de los españoles no decaía, hubo un conato de motín que fue sofocado por los oficiales sables en mano. Además, el navío inglés quedó también en tan mal estado que estuvo a punto de irse a pique si no llega a ser por los denodados esfuerzos de los carpinteros y calafates a la hora de tapar los balazos a flor de agua causados por el Glorioso.
   El trato que tuvieron los marinos españoles fue correcto, siendo elogiado su valor.
   El Comandante Don Pedro Mesía y la tripulación fueron llevados a Lisboa, siendo puestos bajo la protección del embajador español, regresando a España posteriormente.
   En esta ocasión los ingleses no pudieron robar nada ya que el tesoro había quedado en Corcubión, solo el navío pudieron aprovechar, pues fue marinado hasta Portsmouth después de habérsele arbolado y aparejado por completo en Lisboa, aunque nunca entró a engrosar las filas de la Royal Navy y fue subastado unos años después.
   El Rey premió y ascendió a Don Pedro Mesía de la Cerda a Jefe de Escuadra, así como a los supervivientes de la dotación, que por su valor y destreza se les proporcionó recompensas y ascensos.
   Para hacerse con el Glorioso los ingleses sufrieron la pérdida de un navío, así como otros dos navíos seriamente dañados, tres fragatas desmanteladas, y otro navío, otra fragata y un bergantín con daños de consideración. No se tiene constancia del número exacto de bajas inglesas aunque solo en el último combate los muertos ascendieron a 340 (286 en el Darmouth), de los heridos no se tiene información fiable, así como de las bajas en los dos combates previos.
   El cuadro representa el segundo se los combates que sostuvo en aguas de Finisterre el 14 de agosto de 1747, situado inteligentemente a sotavento del navío Oxford, para poder emplear toda su artillería de babor. Vemos al Glorioso envuelto por el humo de sus propias andanadas, haciendo que el inglés se retirara del combate habiendo recibido apenas dos descargas del navío español. A la derecha de la imagen la balandra Falcon y la fragata Shoreham navegan alejándose del combate.

Descubriendo Nueva Zelanda

   Juan Fernández fue un marino natural de Cartagena que en la segunda mitad del S.XVI descubrió nuevas rutas, territorios e islas en el Pacífico Sur, hasta el punto de que es prácticamente seguro que fuese el verdadero descubridor de Nueva Zelanda e incluso es posible que navegase siguiendo la costa sur-oriental de Australia, aunque esto último no pasa de ser una mera especulación.

   Ya en octubre de 1574 Juan Fernández descubrió la ruta más rápida para conectar el Callao con las costas de Chile. Hasta ese momento el camino habitual había sido descender hacia el Sur siguiendo la costa, ruta que se hacía extremadamente dificultosa debido a los vientos alisios del sureste y la corriente de Humboldt que ascendía desde el Antártico, provocando que los barcos demoraran hasta cinco meses, o incluso más, en recorrer apenas 1.300 millas náuticas. Sabedor de tal circunstancia nuestro marino decidió adentrarse en el océano hasta que encontró vientos favorables, navegando entonces rumbo Sur y después al Este hasta arribar al puerto de Concepción, lo que le llevó apenas treinta días, abriendo así una nueva ruta hacia Chile. Por el camino se topó con un pequeño archipiélago de dos islas, las islas Desventuradas, y también con otro archipiélago compuesto de tres al que llamó de Santa Cecilia, pero que hoy en día se las conoce con el nombre de su descubridor.

   En 1576 Juan Fernández se adentró de nuevo en el Pacífico desde Valdivia en Chile rumbo Oeste, llegando al parecer a unas islas según él muy montañosas, con grandes ríos, tierras fértiles, y pobladas por gente de tez blanca, claras características de Nueva Zelanda y sus pobladores maoríes. Una vez de vuelta en el Perú el expedicionario informó en una carta a Felipe II de su descubrimiento, pero nunca tuvo respuesta y todo quedó en el olvido. Muchos años más tarde, ya en 1615, el licenciado Juan Luis de Arias relató aquella expedición en un documento dirigido a Felipe III, en el que recomendaba la incorporación de aquellos territorios y la conversión a la verdadera fe de sus pobladores, con el mismo resultado de desidia por parte de la Corona.

   Historiadores británicos como Alexander Dalrymple y James Burney dieron como segura la llegada de Juan Fernández a las costas de Nueva Zelanda, así como probable el avistamiento de las costas de Australia.

   En la imagen la pequeña nave de Juan Fernández llegando a las nuevas islas descubiertas por él, y no por el neerlandés Abel Tasman, a quien se atribuye su descubrimiento en 1642. Una vez más las hazañas de los españoles son ignoradas y atribuidas a marinos extranjeros posteriores. Hay que luchar contra ello y reivindicar a nuestro héroes.

La Princesa en Vava'u
   El 21 de febrero de 1780, por causa de la declaración de guerra de España al Reino Unido en ayuda a las trece colonias de Norteamérica, la fragata Princesa, bajo el mando del capitán de fragata Don Bruno Heceda y el alférez de navío Don Mourelle de la Rua como segundo de abordo, fue enviada a las Filipinas partiendo del puerto de San Blas en Nueva España, donde estaba estacionada. Ya en su destino y después de meses esperando un ataque inglés como el que sucedió en la guerra anterior, y al ver que los ingleses no aparecían, el gobernador de las Filipinas, Don José Basco y Vargas, dio órdenes para que la Princesa partiese hacia Nueva España con importante documentación para el virrey Don Martín de Mayorga, dando el mando de la fragata a Mourelle.
   La Princesa zarpó el 24 de agosto, pero debido a los vientos contrarios que reinaban en esa época del año Mourelle ordenó tomar rumbo Sureste, muy alejado del camino habitual de retorno a América. Después de una navegación penosa llegó a la isla Fonualei en el archipiélago de Tonga, a la que llamaron Amargura por estar deshabitada, continuaron viaje hasta descubrir el grupo de islas Vava’u, al norte del archipiélago, recalando en una bahía muy abrigada de la isla principal a la que llamaron Puerto Refugio (nombre que aún conserva pero en francés). En la isla aledaña de Kapa existe una ensenada llamada Port Mourelle, en honor al primer europeo que llegó a esas tierras. Mourelle nombró al archipiélago Islas Mayorga en honor al virrey de Nueva España. Exploró las islas de los alrededores a las que bautizó con nombres españoles, aunque hoy en día son conocidas por sus nombres tonganos.
   Después de hacer reparaciones en la fragata y acopiar suministros zarpa la Princesa rumbo Norte-Noroeste para seguir la ruta acostumbrada de regreso por el Pacífico, atraviesa los archipiélagos de Los Pintados (Islas Marshall), Carolinas, Marianas y desde allí toma rumbo Nordeste, arribando el 27 de septiembre de 1781 a San Blas, poniendo fin a trece meses de navegación.
   En 1793 recaló en Tonga la expedición Malaspina, permaneciendo diez días en el archipiélago.
   En la imagen la “Princesa” entrando en Puerto Refugio siendo recibida por algunas canoas indígenas que salen al encuentro del para ellos extraño y enorme barco.

Malaspina y Bustamante
   A finales del S.XVIII el ansia exploratorio de España no había decaído y fue el 30 de julio de 1789 cuando comienza en Cádiz la expedición científica comandada por el brigadier Don Alejandro Malaspina.
   Se pusieron a su disposición dos corbetas que se habían construido para tal fin, la Descubierta, que comandaría el propio Malaspina, y la Atrevida gemela de la anterior, que quedaría bajo el mando de su amigo el capitán de navío Don José de Bustamante y Guerra.
   Su destino era recorrer el océano Pacífico pero antes de entrar en él harían un reconocimiento de las islas españolas del Atlántico Sur. Parten con destino a Montevideo haciendo escala en Canarias. De Montevideo zarpan hacia las Islas Malvinas y Patagonia, doblando el Cabo de Hornos para después visitar la isla de Chiloé, Talcahuano, las Islas Desventuradas, Valparaíso y El Callao, siguiendo después la costa hacia Guayaquil y Panamá, finalizando la primera parte del viaje en Acapulco en abril de 1791. Allí reciben el encargo de buscar el Paso del Noroeste, zarpando hacia el Norte recorriendo la costa septentrional del Pacífico norteamericano hasta Alaska. A su regreso, sin haber conseguido el objetivo encomendado por el virrey de Nueva España, recalan en la base de San Lorenzo de Nutca, el puesto más septentrional del Imperio Español, situado en la isla de Cuadra y Vancouver, antual Canadá.
   Ya en Acapulco los dos barcos se adentraron en el Pacífico para explorar, juntas o por separado, las Islas Marshall, las Marianas, desde Manila recorren las costas filipinas y Macao, después se adentran hacia el Sur hasta las Islas Célebes, las Molucas, isla sur de Nueva Zelanda, Sidney en Australia, islas Tonga y de ahí toman rumbo a El Callao, desde donde iniciaron el viaje de regreso a España doblando el Cabo de Hornos, volviendo a las Malvinas, las Antillas del Sur y Montevideo.
   Llegaron a Cádiz el 21 de septiembre de 1794, cinco años y dos meses después de su partida, aportando toda clase de conocimientos e información científica que desgraciadamente fue arrumbada en el olvido, aunque mucho más tarde, ya en 1885, se le diera la importancia que merecía.
   En la imagen las dos corbetas navegan siguiendo la costa pacífica de Norteamérica rumbo Norte. En primer término la Descubierta de Malaspina, con insignia de brigadier, precede a la Atrevida de Bustamante, quien fue ascendido de capitán de navío a brigadier durante el viaje, aunque siguió bajo el mando de Malaspina durante toda la expedición. Como vemos ambos barcos navegan de popa redonda con las alas del trinquete desplegadas para aprovechar mejor el viento y las magníficas cualidades de las dos corbetas de la clase Romero de Landa.